Aunque algunas cosas han cambiado, ya que ahora cuentan con una calle asfaltada y cientos de camiones cargados de basura que pasan diariamente por su vía principal dinamizan de alguna manera la pobre economía del desamparado sector; el hambre, el hacinamiento, la insalubridad y las penurias siguen empeorando en esta olvidada localidad llamada Los Casabes, en Villa Mella de Santo Domingo Norte.
Los Casabes es una empobrecida comunidad, con acceso limitado al agua potable, letrinas, atención médica, y fuentes de ingreso fijas. Pero quizás este sector encuentra su punto más paupérrimo en unas 45 familias con un aproximado de 150 personas que viven en dos barracones de 20 cuartos cada uno. Como es de esperarse entre este marco de vida duro y difícil, también viven niños.
Sin importar el olor putrefacto del ambiente, lo irregular de la tierra y el color característico de la pobreza, un grupo de niños juegan con bolas de cristal, y niñas estudian la Biblia debajo de un árbol.
Para ellos no hay vídeo juegos, ni casa de muñecas, tan poco campamento de verano y posiblemente no habrá escuela el próximo año escolar, pues muchos tienen problemas con sus actas de nacimiento, pero la vida continúa.
Durante la construcción de la avenida, ver las máquinas retroexcavadora, palas mecánicas y volteos trabajar, era una de sus diversiones predilectas, luego de terminada la vía, ver los grandes camiones cargados de basura ir hacia el vertedero ocupó parte de su atención. Después de un tiempo todo era monótono y molestoso.
Ahora el ruido, el monóxido de carbono y la densa polvareda son parte de sus problemas.
Muchos de estos niños andan desnudos y descalzos, otros andan con sus chancletas, zapatos rotos y harapos, proporcionados, por el mismo vertedero, que les da el sustento a muchos de sus padres, pero que tanto daño les hace. Sus inicios en la educación son proporcionados por la Escuela inicial del Batey Los Casabes, que opera en una gran casona de madera, que asemeja un granero de ganado.
Aquí no hay problemas para tomar clases, ya que no se le exigen papeles pues todos se conocen. El problema es cuando deban ir a la escuela básica del mismo sector en donde deben presentar su acta de nacimiento. Todos son dominicanos, todos nacieron aquí, pero no todos tienen papeles, sin importar las razones que lo motivaron.
Estos niños y sus padres viven en barracones construidos en la era de la Industria Azucarera, que asemejan grandes nichos en un cementerio olvidado. En su interior comen, y duermen apiñados en colchonetas y en destartaladas cama, que parecen lechos de muerte, otros viven ene casuchas de maderas, cinc y hojalatas.
Fue un batey en sus inicios. Nadie parece saber, por que lo de su nombre, pero, si todos saben que los pioneros llegaron para el corte de la caña de esa localidad, otros ya murieron, algunos se han ido y los otros no saben hacia donde irán.
Ya no hay caña que cortar, pero la pobreza nunca acaba y ahora se dedican a la recolección de materiales para el reciclaje en el vertedero de Duquesa, y otros encuentran empleos ocasionales en la construcción.
La escasez de agua y la falta de energía eléctrica que son común en cualquier barrio capitalino, aquí pareciera ser un asunto de vida o muerte.
Y no es para menos, ya que la única letrina operaba para más de 25 familias que viven en el barracón del molino y sus alrededores, ahora esta llena, por lo cual, adultos, niños y niñas deben hacer sus necesidades en el monte, sin importar la hora ni el clima.
“Usted se imagina, niñas de 10 a 13 años haciendo sus necesidades en pleno monte”, se quejó la señora Ercilia Feliz, de 86 años.
El ruido ensordecedor de las grandes máquinas cargadas de basura, el humo negro que expelen, y la densa polvareda que producen y el dióxido de carbono ligado con el vaho que expide el vertedero de Duquesa, es lo único que han recibido de la empresa que maneja el citado vertedero.
Solo la Junta de Vecinos el Progreso de Los Casabes, hacía las diligencias para conseguir medicamentos y cualquier tipo de ayuda, y en Navidad intentaban conseguir algunas raciones de alimentos, pero las cosas se han puesto tan difíciles que es mejor olvidarse de eso, a menos que no sea un caso extremo, como el de una muerte o enfermedad grave.
“Aquí no hay letrinas, el agua hay que comprarla, nadie se preocupa por este barrio. Cuando una persona muere debemos hacer una colecta para enterrarlo. Pedimos a Salud Pública y a cualquier institución o entidad que quiera ayudarnos, que venga que serán bien recibidos.
Queremos que el doctor Jiminián nos visite”, dijo Esperanza Nuñez, presidenta de la Junta de vecinos.
Ana Rosa Guillén cría 10 niños de los cuales solo 4 son de su familia, los otros seis fueron abandonado por sus padres de los que se desconoce su paradero y aunque reconoce el bien que hace, no dejan de ser una carga ya que no recibe ayuda de nadie y sus entradas son muy escasas.
Entre enjambre de moscas y el zumbido de los mosquitos, todos quieren contar su historia.
Anita Pie, de 67 años, sólo recuerda que llegó al país junto a su esposo hace mucho tiempo para trabajar en lo que creía sería una mejor vida ya que, como a muchos, se le prometió un pago justo por su trabajo, vivienda comida y medicamentos.
Transcurrido el tiempo solo consiguió sobrevivir. Y un carnet de cañero con un número ficha 033747, que ni siquiera para morir le sirve.
UN APUNTE
Pobreza en los barrios
En muchos barrios marginados, República Dominicana tiene su propia África, donde muchas veces solo hay para una ración de alimento, en donde la desnutrición, la insalubridad y el hacinamiento son parte de sus dioses y demonios. En donde vivir y morir en la pobreza es lo único seguro. Sin embargo la clase política vive en la opulencia económica en base a la miseria de los otros.
Jorge González, http://elnacional.com.do
Los Casabes es una empobrecida comunidad, con acceso limitado al agua potable, letrinas, atención médica, y fuentes de ingreso fijas. Pero quizás este sector encuentra su punto más paupérrimo en unas 45 familias con un aproximado de 150 personas que viven en dos barracones de 20 cuartos cada uno. Como es de esperarse entre este marco de vida duro y difícil, también viven niños.
Sin importar el olor putrefacto del ambiente, lo irregular de la tierra y el color característico de la pobreza, un grupo de niños juegan con bolas de cristal, y niñas estudian la Biblia debajo de un árbol.
Para ellos no hay vídeo juegos, ni casa de muñecas, tan poco campamento de verano y posiblemente no habrá escuela el próximo año escolar, pues muchos tienen problemas con sus actas de nacimiento, pero la vida continúa.
Durante la construcción de la avenida, ver las máquinas retroexcavadora, palas mecánicas y volteos trabajar, era una de sus diversiones predilectas, luego de terminada la vía, ver los grandes camiones cargados de basura ir hacia el vertedero ocupó parte de su atención. Después de un tiempo todo era monótono y molestoso.
Ahora el ruido, el monóxido de carbono y la densa polvareda son parte de sus problemas.
Muchos de estos niños andan desnudos y descalzos, otros andan con sus chancletas, zapatos rotos y harapos, proporcionados, por el mismo vertedero, que les da el sustento a muchos de sus padres, pero que tanto daño les hace. Sus inicios en la educación son proporcionados por la Escuela inicial del Batey Los Casabes, que opera en una gran casona de madera, que asemeja un granero de ganado.
Aquí no hay problemas para tomar clases, ya que no se le exigen papeles pues todos se conocen. El problema es cuando deban ir a la escuela básica del mismo sector en donde deben presentar su acta de nacimiento. Todos son dominicanos, todos nacieron aquí, pero no todos tienen papeles, sin importar las razones que lo motivaron.
Estos niños y sus padres viven en barracones construidos en la era de la Industria Azucarera, que asemejan grandes nichos en un cementerio olvidado. En su interior comen, y duermen apiñados en colchonetas y en destartaladas cama, que parecen lechos de muerte, otros viven ene casuchas de maderas, cinc y hojalatas.
Fue un batey en sus inicios. Nadie parece saber, por que lo de su nombre, pero, si todos saben que los pioneros llegaron para el corte de la caña de esa localidad, otros ya murieron, algunos se han ido y los otros no saben hacia donde irán.
Ya no hay caña que cortar, pero la pobreza nunca acaba y ahora se dedican a la recolección de materiales para el reciclaje en el vertedero de Duquesa, y otros encuentran empleos ocasionales en la construcción.
La escasez de agua y la falta de energía eléctrica que son común en cualquier barrio capitalino, aquí pareciera ser un asunto de vida o muerte.
Y no es para menos, ya que la única letrina operaba para más de 25 familias que viven en el barracón del molino y sus alrededores, ahora esta llena, por lo cual, adultos, niños y niñas deben hacer sus necesidades en el monte, sin importar la hora ni el clima.
“Usted se imagina, niñas de 10 a 13 años haciendo sus necesidades en pleno monte”, se quejó la señora Ercilia Feliz, de 86 años.
El ruido ensordecedor de las grandes máquinas cargadas de basura, el humo negro que expelen, y la densa polvareda que producen y el dióxido de carbono ligado con el vaho que expide el vertedero de Duquesa, es lo único que han recibido de la empresa que maneja el citado vertedero.
Solo la Junta de Vecinos el Progreso de Los Casabes, hacía las diligencias para conseguir medicamentos y cualquier tipo de ayuda, y en Navidad intentaban conseguir algunas raciones de alimentos, pero las cosas se han puesto tan difíciles que es mejor olvidarse de eso, a menos que no sea un caso extremo, como el de una muerte o enfermedad grave.
“Aquí no hay letrinas, el agua hay que comprarla, nadie se preocupa por este barrio. Cuando una persona muere debemos hacer una colecta para enterrarlo. Pedimos a Salud Pública y a cualquier institución o entidad que quiera ayudarnos, que venga que serán bien recibidos.
Queremos que el doctor Jiminián nos visite”, dijo Esperanza Nuñez, presidenta de la Junta de vecinos.
Ana Rosa Guillén cría 10 niños de los cuales solo 4 son de su familia, los otros seis fueron abandonado por sus padres de los que se desconoce su paradero y aunque reconoce el bien que hace, no dejan de ser una carga ya que no recibe ayuda de nadie y sus entradas son muy escasas.
Entre enjambre de moscas y el zumbido de los mosquitos, todos quieren contar su historia.
Anita Pie, de 67 años, sólo recuerda que llegó al país junto a su esposo hace mucho tiempo para trabajar en lo que creía sería una mejor vida ya que, como a muchos, se le prometió un pago justo por su trabajo, vivienda comida y medicamentos.
Transcurrido el tiempo solo consiguió sobrevivir. Y un carnet de cañero con un número ficha 033747, que ni siquiera para morir le sirve.
UN APUNTE
Pobreza en los barrios
En muchos barrios marginados, República Dominicana tiene su propia África, donde muchas veces solo hay para una ración de alimento, en donde la desnutrición, la insalubridad y el hacinamiento son parte de sus dioses y demonios. En donde vivir y morir en la pobreza es lo único seguro. Sin embargo la clase política vive en la opulencia económica en base a la miseria de los otros.
Jorge González, http://elnacional.com.do